Texto: Francisca Morales
La primera vez fue a sus tiernos cuatro años. Luego de una pataleta de proporciones, su madre le dio lo primero que encontró: unas galletas Museo que estaban en una góndola del pasillo 7B; las abrió y dejó que se las comiera. El envoltorio vacío quedaría luego entre las latas de conserva del 13C. Hoy, a sus 30 años, Violeta sabe que la única manera de disfrutar las galletas, chocolates y suflitos es comiéndoselos, a escondidas, en un supermercado. Lo mismo que el jamón serrano al vacío, el flan de chocolate, las almendras saladas y las castañas en almíbar. Siempre termina con el enjuague bucal, eso sí. La higiene es lo más importante.