martes, 27 de octubre de 2009

Bostezar en la ópera

Ilustración: María José Puyol
Texto: Isidora Cousiño


Petunia había insistido por esas entradas a la ópera. Iban los Irarrázaval y los Donoso; no podía quedar excluida de tamaño evento. Vestido nuevo, peinado de peluquería y las joyas heredadas de su madre. Pero bastaron diez minutos para que su vista se tornara borrosa y unas tímidas lágrimas asomaran a sus ojos, para luego lanzarse precipitadamente por sus mejillas. “Gorda, tranquila, así es la tragedia”, le decía su marido al oído, mientras ella intentaba esconder su boca entre sus manos. Después de un rato no pudo evitarlo. Un tremendo bostezo, con sonido incluido, llenó sus oídos y los de sus vecinos. Pensar que podrían haber sido varios pequeños… pero bueno, por lo menos tendría tema para el domingo.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Tomarse los conchos


Ilustración: Alfredo Cáceres

Texto: Francisco Ibáñez

El menor de ocho hermanos, Arnaldo desde niño fue llamado “el concho”. Y aunque nunca le agradó su apodo, terminó acostumbrándose a él, sabiendo que no tenía opción. Hasta que un día, a punto de dormirse, tuvo una revelación: su venganza sería semántica. Los juegos de palabras siempre le habían gustado, y las musas susurraron uno a su oído. Desde ese día, cual superhéroe de historieta, su identidad es la de “El concho que se toma los conchos”. Y aunque las miradas reprobatorias a veces le incomodan, no transa su misión: copas, vasos, incluso alguna mamadera, quedan sin una gota cuando termina de cumplir su implacable labor.

martes, 13 de octubre de 2009

El trago matutino

Ilustración: Alfredo Cáceres
Texto: Francisco Ibáñez


“Cuando quiera lo dejo”, repite una y otra vez Diógenes, convencido. El punto es –de eso está seguro– que no le interesa dejarlo. Es que el trago matutino es una delicia. No sabe por qué tiene ese sabor especial, tanto mejor que el del brebaje P.M. Lamentablemente, en su trabajo no todos piensan lo mismo. De hecho, nadie lo hace. Pero él, bebedor impenitente, se las ingenia. Tomar en un tazón, como si fuera café, es su última estrategia. El problema es el olor. Por eso, ya tiene en mente una innovación: desde ahora beberá menta frappé. “Seguro me encuentran olor a menta”, piensa mientras llena su tazón con el verde néctar.

Espiar conversaciones telefónicas


Ilustración: María José Puyol

Texto: Francisco Ibáñez

Jamás lo ha podido evitar. En su casa ya están acostumbrados, pero en hogares ajenos aún es incomprendida. Porque levantar por equivocación el auricular es una cosa, pero hacerlo deliberadamente, como Eduviges, es otra muy distinta. Eso es al menos lo que todos le dicen. Aún recuerda su primera vez: pasó a su madre un llamado de un amigo, y mantuvo –ya no recuerda si casual o intencionadamente– el teléfono descolgado. Cuando, desde la otra habitación, escuchó en silencio las indecorosas propuestas para esa noche, supo que nunca podría dejar de escuchar conversaciones ajenas. Respirar silenciosamente y no interrumpir, pese a las ganas, fue lo más difícil de lograr. Ahora que lo domina, el resto es sólo disfrute.